martes, 6 de abril de 2010

De nuevo ser humano

[…] Me parecía que todo estaba impregnado de tan grande alegría, aparte de la mía, que sentía como que respiraban satisfacción y felicidad los animales, las casas e incluso el aspecto del día. Pues al intenso frío de la noche había sucedido de repente una temperatura agradable y dulce, un día soleado; de modo que todas la avecillas cantoras, seducidas por el ambiente primaveral, entonaban sus trinos delicados, homenajeando así a la madre de los astros y de los siglos, señora del universo entero […].

He aquí que avanzan poco a poco los primeros del cortejo, llevando vistosos motivos de sus promesas y deseos […]. Tras estos […], ya se ponía en movimiento la pompa especial de la diosa protectora. Mujeres vestidas de blanco, coronadas de guirnaldas primaverales, con aire alegre, portadoras de diversos atributos, iban con flores que sacaban del regazo alfombrando el camino por donde pasaba la sagrada comitiva; otras, con brillantes espejos puestos al revés sobre sus espaldas, mostraban a la diosa el respeto de la multitud que seguía: algunas, llevando unos peines de marfil, con el movimiento de sus brazos y flexión de sus dedos, hacían ademanes de peinar y arreglar los cabellos de su reina, y, por fin, otras, derramando gota a gota un precioso bálsamo y diversos perfumes, rociaban las plazas y las calles.

Había además un crecido número de personas de ambos sexos que portaban lámparas, cirios y otras luces, para propiciar por estos emblemas luminosos a la diosa de los astros que brillan en el firmamento […].

El hombre lobo del "Satyricon"

Trimalción se volvió a Nicerote y le dijo:

"Solías ser más animado en la mesa; no entiendo por qué estás ahora tan callado y no sueltas prenda. Por que me veas contento, por favor, cuéntanos lo que te sucedió".

Nicerote, satisfecho de la afabilidad de su amigo, contestó:

"En los tiempos en que todavía era esclavo, vivíamos en la Calle Estrecha; ahora es el palacio de Gavila. Allí, lo quisieron los dioses, me enamoré de la señora de Terencio, el cantinero: teníais que conocer a Melisa la de Tarento, un precioso conjunto de curvas. Pero yo, por Hércules que no la buscaba por su cuerpo o por el placer, sino más bien porque era delicada. Si alguna vez le pedí algo, nunca me lo negó; ganaba ella un as, yo tenía medio; yo metía todo en su bolsillo y nunca resulté engañado. Su marido falleció en su casa de campo. Por eso a través de escudos y grebas me moví y me removí buscando cómo llegar hasta ella: que en las ocasiones se dejan ver los amigos.

"Casualmente mi amo había ido a Capua para terminar de despachar unos depósitos ya agotados. Encontrando así una ocasión, persuado yo a un huésped que teníamos para que vaya conmigo hasta el quinto miliario. Era un soldado fuerte como el infierno. Nos largamos más o menos al canto del gallo: la luna lucía como si fuera mediodía. Llegamos en medio de los sepulcros: mi hombre se puso a hacer sus necesidades junto a unas tumbas; seguí yo canturreando y fui contando las lápidas. Después miré hacia mi compañero; se estaba desvistiendo y poniendo todos sus vestidos junto al camino. Yo tenía el resuello en la punta de la nariz; me quedé clavado como un muerto. Él meó alrededor de sus vestidos, y de repente se convirtió en lobo. No creáis que estoy bromeando; nadie tiene suficientes riquezas para hacerme decir una cosa por otra. Pero lo que os estaba contando, después que se convirtió en lobo, comenzó a otilar y huyó al bosque. Yo al principio no sabía dónde me encontraba; después me acerqué a recoger sus vestidos; pero se habían hecho de piedra. ¡Quién moriría de miedo con más motivo que yo! Sin embargo, tiré de espada, y llamando a todos los diablos, atravesé las sombras hasta llegar a la casa de campo de mi amiga. Entré como una oruga, perdía el alma a borbotones, el sudor me chorreaba por el espinazo, mis ojos estaban apagados; apenas pude rehacerme. Mi Melisa se asombró de que anduviera de camino a tales horas, y me dijo:

"Si hubieras venido antes nos habrías podido ayudar: un lobo entró en la finca y a todos los animales les sacó la sangre como si fuera un matachín. Sin embargo no se rió de nosotros, aunque logró escapar, pues un criado nuestro con una lanza le atravesó el cuello".

"Al oír esto, no conseguí pegar ojo, sino que al amanecer eché a correr hacia casa como el cantinero desplumado. Y cuando llegué al sitio en que los vestidos se habían hecho de piedra, no encontré más que manchas de sangre. Pues bien, cuando llegué a casa, mi soldado estaba tumbado en la cama como un buey, y un médico le curaba el cuello. Caí en la cuenta de que era un hombre-lobo, con lo que ya no pude pasar bocado a su lado, ni así me matase. Allá lo que otros opinen de esto: yo, si miento, así se vuelvan contra mí vuestros genios.

Nos quedamos todos pasmados.

"Con todos los respetos a lo que has relatado -dijo Trimalción-, podéis creerme cómo se me han puesto los pelos de punta. Porque sé que Nicerote no cuenta tonterías..."

lunes, 25 de enero de 2010

El Lar familiar (Aulularia)

Euclión, un viejo avaro, encuentra una olla llena de dinero y vive en el constante terror de que le sea robada. De hecho es descubierta y robada por el esclavo de Licónide, joven enamorado de la hija del viejo; pero la muchacha es prometida a un viejo pudiente, Megadoro, que tiene intención de desposarla también sin dote. Cuando al desesperado Euclión vio recuperada su olla, consentirá la boda entre el joven y su hija, hecha madre hacía tiempo por el mismo Licónide.

Que nadie se pregunte quién soy: voy a decirlo en pocas palabras. Soy el Lar doméstico de esta casa de donde me habéis visto salir. Hace ya muchos años que habito en medio de estas paredes y que las poseo; desde los tiempos del abuelo y del padre del que, en la actua­lidad, aquí reside. Pero resulta que su abuelo me confió, con el mayor secreto, una buena cantidad de oro y, a escondidas de todos, la enterró en medio del hogar y me suplicó que se la guardara. El hombre murió y, ved su avaricia: nunca quiso revelar el secreto ni a su propio hijo. Prefirió dejarle sin recursos ¡a su propio hijo! antes que indicarle el escondrijo del tesoro. Le dejó un pequeño pedazo de tierra para que viviera, no sin sufrimientos y con toda clase de privaciones. Des­pués que hubo muerto el que me confió el oro, comencé a observar si el hijo me trataría con mayor considera­ción que su padre. Pero, por lo que a él se refiere, la cosa anduvo todavía peor; cada día se preocupaba me­nos de mí y de rendirme culto. En respuesta, yo hice lo mismo con él: murió tal como había vivido. Dejó un hijo, éste que vive aquí ahora, que tiene el modo de ser igual al de su padre y su abuelo. Tiene una hija única, que cada día me hace ofrendas de incienso, de vino o de cualquier otra cosa; me obsequia con coronas. En atención a ella, hice que Euclión, su padre, encontrara el tesoro con el fin de poder darla en matrimonio más fácilmente, si la joven quería. Pues ella ha sido deshonrada por un joven que goza de muy buena posi­ción. Este joven no ignora quién es la doncella a la cual deshonró. Ella, en cambio, lo desconoce, y también que su hija haya sido violada. Hoy voy a hacer que el viejo vecino de al lado (señalando la casa de Megadoro) la pida en matrimonio, y voy a hacerlo para que el joven que la deshonró pueda, con facilidad, casarse con ella. Precisamente, el viejo que va a pedirla en matrimonio es tío del joven que la violó, de noche, en la víspera de las fiestas de Ceres. Pero ved ahora al viejo, ahí dentro, dando gritos, como acostumbra siempre. Echa fuera de la casa a su vieja esclava para que no logre saber el secreto. Y pienso que quiere inspeccionar su oro, no vaya a suceder que se lo roben.

El empresario teatral se dirige al público (Gorgojo)

El gorgojo narra las aventuras de un parásito, auténtico precedente del pícaro, un hombre sin escrúpulos de imaginación fecunda, que vive de su astucia e ingenio

EMPRESARIO.- Bonito embustero está hecho el tal Gorgojo con el que nos ha salido Fédromo. No sé si le cuadra mejor el nombre de birlofanta o de sicofanta. Me temo que me voy a quedar sin los disfraces que les he alquilado. Aunque yo directamente con él no tengo nada que ver: es a Fédromo a quien se los he entregado. Pero, así y todo, estaré a la mira. Pero mientras que salen, os voy a decir dónde podéis encontrar a esta o la otra clase de personas, para que nadie tenga demasiado trabajo para dar con ellas en el caso de que las busque, tanto si se trata de gentes que son como deben o como no deben, de buenas o de malas personas. Quien quiera habérselas con un falsario, que vaya al Comicio; quien busque a un embustero y a un rufián, lo encontrará por el templo de Cloacina; los maridos ricos y con ganas de arruinarse hay que buscarlos por la Basílica; allí se podrá encontrar también a las viejas pellejas y a las gentes de negocios. Los que se reúnen para cenar juntos a escote están en el mercado del pescado. En la parte baja del foro pasean las gentes de bien y los ricos; en el centro a lo largo del canal, los fardones; los descarados y los charlatanes y las malas lenguas, más arriba del lago Curcio, que tienen el descaro de decir injurias a los demás por un quítame allá esas pajas mientras que habría más que motivo para que se dijeran con verdad de ellos mismos. En las Tiendas Viejas están los prestamistas y los que toman dinero a crédito. Detrás del templo de Cástor, allí están las gentes de las que no debe uno fiarse demasiado deprisa. En la calle Toscana están los que hacen comercio de sí mismos. En el Velabro, los panaderos, los carniceros y los adivinos, los que se dedican a retocar las mercancías o los que las suministran para que sean retocadas. Pero oigo que suena la puerta, tengo que poner punto final a mi discurso.

Un encuentro


Menecmo y Sosicles son dos hermanos gemelos que fueron separados cuando niños al ser llevado Sosicles de viaje por su padre. Menecmo se pierde y es adoptado por una familia bien de Epidamno. Su padre tras la perdida muere. Entonces su abuelo al descubrir su desaparición, cambia el nombre a Sosicles por el de Menecmo.

La comedia comienza cuando Sosicles, ya adulto, que lleva mucho tiempo fuera de Siracusa, donde está afincado, buscando a su hermano perdido, recala en Epidamno. Entonces, desesperado y casi arruinado, tienen lugar una serie de acontecimientos y confusiones, debidas al extraordinario parecido entre los hermanos, que terminaran con el reencuentro de los gemelos.

MENECMO I.— Si queréis podéis jurarlo por vuestros ojos, pero no por eso llevaréis más razón, por Hércules, en lo de que yo he sacado de aquí un manto y un brazalete, ¡descaradas!

MESSENIÓN.— ¡Por los dioses inmortales!, ¿pero qué estoy viendo?

MENECMO II.— ¿Qué es lo que estás viendo?

MES.— Tu reflejo.

MEN. II.— ¿Qué es lo que pasa?

MES.— Es tu vivo retrato; es todo lo parecido a tí que se pueda imaginar.

MEN. II.— Por Pólux, si examino mis facciones, sí que se me parece,

MEN. I.— Joven que me salvaste, yo te saludo, seas quien seas, que me has salvado la vida.

MES.— Joven, por favor, dime tu nombre, si no te importa.

MEN. I.— La verdad, por Pólux, es que no me has tratado como para me vaya a importar satisfacer tu deseo; mi nombre es Menecmo.

MEN. II.— ¡Andá, y el mío!

MEN. I.— Yo soy siciliano, siracusano.

MEN. II.— La misma ciudad y la misma patria tengo yo.

MEN. I.— ¿Pero qué estoy oyendo de tu boca?

MEN. I.— Eso es lo que hay.

MES.— A éste yo lo conozco, está claro (Menecmo l): es mi amo; y está claro que yo soy su esclavo, pero ya me había creído que lo era de ése (Menecmo II). Yo creía que éste eras tú (Menecmo I), y por eso le he contado el asunto; te pido que me perdones; si te he dicho alguna tontería o alguna insensatez.

MEN. II.— Me parece que tú estás delirando: ¿es que no te acuerdas de que tú hoy has desembarcado conmigo?

MES.— Pues sí, tienes razón; tú eres mi amo. (A Menecmo I) Tú búscate otro esclavo; (a Menecmo II) a ti, hola; (a Menecmo I) a ti, adiós. Afirmo que éste es Menecmo (Menecmo II).

MEN. I.— Pues yo digo que soy yo.

MEN. II.— ¿Qué camelo es ése?, ¿vas a ser tú Menecmo?

MEN. I.— Digo que soy yo, el hijo de Mosco.

MEN. II.— ¿Cómo que tú eres hijo de mi padre.

MEN. I.— Querrás decir del mío, muchacho; el tuyo ni te lo quiero quitar ni árrebatártelo.

MES.— ¡Dioses inmortales, concededme la esperanza imprevista que veo venir!, pues si mi alma no me engaña, estos son los dos hermanos gemelos; y es que dicen que tienen el mismo padre y la misma patria. Llamaré aparte a mi amo. ¡Menecmo!

MEN. I Y MEN. II.— ¿Qué quieres?

MES.— No quiero hablaros a ambos a la vez, sino al que de vosotros dos ha venido conmigo en el barco.

MEN. I.— No soy yo.

MEN. II.— Pero yo sí.

MES.— Entonces te quiero a ti, acércate.

MEN. II.Aquí estoy, ¿qué pasa?

MES. Aquel hombre o es un falsario o es tu hermano. Desde luego nunca he visto a una persona que se pareciera tanto a otra; ni el agua se parece más al agua, ni la leche a la leche, creeme, de lo que tú te pareces a ése y ése a ti; además, dice que su patria y su padre son los mismos que los tuyos. Merece la pena que nos acerquemos y le preguntemos.

MEN. II.— Tienes razón en lo que me estás diciendo, y te doy las gracias por hacerlo. Prosigue en tu indagación, haz el favor; si pruebas que ése es mi hermano, te concedo la libertad.

MES.— Eso espero.

MEN. II.— Yo también albergo esa esperanza.

MES.— (A Menecmo I) Bueno, me parece que has dicho que te llamabas Menecmo.

MEN. I.— Sí.

MES.— Lo mismo que éste. Aseguras que naciste en Sicilia; mi amo también es de allí. Has dicho que tu padre fue Mosco; también fue padre de éste. Ahora tenéis la ocasión de ayudarme ambos a mí y a la vez a vosotros.

MEN. I.— Tú te mereces conseguir de mí todo lo que desees; aunque soy de condición libre, estoy dispuesto a ser tu esclavo como si hubieras pagado dinero por mí.

MES.— Yo espero que se podrá demostrar que sois hermanos gemelos, nacidos de una misma madre y del mismo padre, a la vez y el mismo día.

martes, 19 de mayo de 2009

Pro Milone


“Pero ya he hablado lo suficiente sobre la causa judicial y, tal vez, hasta demasiado sobre cuestiones externas a la causa ¿qué me queda, sino rogaros y suplicaros, jueces, que concedáis a este hombre valeroso una misericordia que él mismo no os implora, pero que yo, aunque se oponga, os imploro y solicito? Si, en medio del llanto de todos vosotros, no habéis visto una sola lágrima de Milón, si contempláis su rostro siempre imperturbable y su voz y sus palabras firmes e invariables, no por ello seáis con él menos compasivos. Tal vez, incluso, merezca una ayuda mayor; pues, si en los combates de gladiadores y ante la situación y la suerte de unos hombres de condición humana ínfima solemos hasta detestar a los cobardes, a los que imploran y suplican que se les permita vivir, mientras que deseamos que se salven los valientes, los esforzados y los que se lanzan a la muerte con ardor, si somos más compasivos con aquellos que no reclaman nuestra misericordia que con los que no cesan de implorarla, ¡con cuánta más razón debemos actuar así en el caso de ciudadanos valientes!

Pro Roscio



"Tengo la sensación, jueces, de que os estáis preguntando con asombro qué motivo hay para que, permaneciendo en sus asientos tantos oradores consagrados e ilustres varones, me haya levantado entre todos yo, que ni por mi edad, cualidades ni prestigio puedo ser comparado con los que siguen sentados. Es más, todos estos que se hallan presentes consideran un deber que se reivindique en este proceso la injusticia forjada mediante un delito sin precedentes, pero no se deciden a llevar personalmente la defensa en atención a la arbitrariedad de estos tiempos; y así sucede que asisten para cumplir su obligación, callan, en cambio, para evitar riesgos. ¿Qué ocurre, pues? ¿Es que soy yo el más audaz de todos? En absoluto. ¿Tal vez algo más servicial que el resto? Tampoco ambiciono esa alabanza hasta el extremo de pretender que se les arrebate a los demás. ¿Qué motivo, pues, me ha impelido más que a los otros a aceptar la defensa de Sexto Roscio? ...

Sexto Roscio ha matado a su padre ¿Qué clase de hombre es Sexto? ¿Un jovenzuelo corrompido y manejado por hombres depravados?... ¡Pero si ni siquiera al acusador le habéis oído decir semejantes palabras!... Finalmente, ¿qué ambiciones puede tener un hombre que, como el propio acusador dice en tono de reproche, ha habitado siempre en el campo y en su cultivo han transcurrido sus días?... Así que volvamos de nuevo al mismo punto y averigüemos qué vicios tan grandes tuvo este hijo único para que su padre estuviera disgustado con él. Pero, si está clarísimo que no tuvo ninguno. Entones ¿es que el padre era un loco para odiar sin motivo a quien había dado el ser? Por el contrario, el padre fue el hombre más consecuente que conozco. Por tanto, está bien claro que, si el padre no estaba loco ni el hijo era un perdido, no existieron motivos de odio por parte del padre, ni de cometer un crimen por la del hijo.

¿O es que no comprendéis, jueces, que lo único de que se trata es de suprimir, por cualquier procedimiento, a los hijos de los proscritos, que lo que se pretende es que vuestro juramento de jueces y la sentencia contra Sexto Roscio constituyan el punto de arranque de esa injusticia? ¿Existe alguna duda sobre quién es el autor del delito, cuando veis, de una parte, al comprador de los bienes, al enemigo, al asesino - convertido ahora en acusador de este proceso- y de la otra, a un hijo reducido a la miseria, apreciado por los suyos y que no sólo está exento de culpa sino, incluso, de cualquier indicio sospechoso? ¿Es que veis aquí algún otro obstáculo para la causa de Sexto Roscio si no es la venta ya realizada de los bienes de su padre?

In Catilinam



¿Hasta cuándo ya, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Por cuánto tiempo aún estará burlándosenos esa locura tuya? ¿Hasta qué limite llegará, en su jactancia, tu desenfrenada audacia? ¿Es que no te han impresionado nada, ni la guardia nocturna del Palatino ni las patrullas vigilantes de la ciudad ni el temor del pueblo ni la afluencia de todos los buenos ciudadanos ni este bien defendido lugar donde se reúne el senado ni las miradas expresivas de los presentes? ¿No te das cuenta de que tus maquinaciones están descubiertas? ¿No adviertes que tu conjuración, controlada ya por el conocimiento de todos éstos, no tiene salida? ¿Quién de nosotros te crees tú que ignora qué hiciste anoche y qué anteanoche, dónde estuviste, a quiénes reuniste y qué determinación tomaste?
¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! El senado conoce todo eso y el cónsul lo está viendo. Sin embargo este individuo vive. ¿Que si vive? Mucho más: incluso se persona en el senado; participa en un consejo de interés público; señala y destina a la muerte, con sus propios ojos, a cada uno de nosotros. Pero a nosotros -todos unos hombres- con res-guardarnos de las locas acometidas de ese sujeto, nos parece que hacemos bastante en pro de la república. Convenía, desde hace ya tiempo, Catilina, que, por mandato del cónsul, te condujeran a la muerte y que se hiciera recaer sobre ti esa desgracia que tú, ya hace días, estás maquinando contra todos nosotros. Tenemos contra ti, Catilina, una resolución del senado, enérgica y severa. No es la responsabilidad de Estado ni la autoridad de este organismo lo que está fallando: nosotros, nosotros los cónsules -lo confieso sinceramente- somos quienes fallamos.

Pro Caelio


"Llego ahora a dos puntos de la acusación el del oro y el del veneno, que ambos proceden de la misma persona. El oro fue pedido en préstamo, se dice, a Clodia; el veneno se preparó para Clodia. Todas las demás acusaciones no son acusaciones, sino maledicencias, alegaciones hechas más para alimentar la violencia de una disputa que para dar materia a un proceso capital. El ser un adultero, un impúdico, un prevaricador, son injurias, pero no un motivo de acusación: son alegaciones sin fundamento, que no descansan en nada; ultrajes proferidos al azar por un acusador enardecido que no tiene a nadie que se presente aquí a garantizar los hechos. Pero de estas dos acusaciones veo la procedencia, veo al autor; veo un hecho preciso, un cuerpo de delito: Celio tuvo necesidad de oro, se lo pidió a Clodia; lo recibió sin testigos; lo guardo todo el tiempo que quiso: en esto veo una gran demostración de extraordinaria intimidad.


“Toda la cuestión, jueces, que aquí se ventila es con Clodia, mujer no sólo noble sino incluso muy conocida. De ella no he de decir nada que no sea necesario para rechazar la acusación. Pero tú, Gneo Domicio, con tu extraordinaria inteligencia te das cuenta de la que la cuestión es con ella únicamente. Si no fuese ella quien dijese que prestó oro a Celio; si no le acusa de haber intentado envenenarla, sería en mí una gran inconveniencia citar el nombre de una madre de familia sin todos los miramientos debidos a una mujer respetable. Pero si, apartada esta mujer de la causa, no les queda a nuestros adversarios ni acusación ni armas para atacar a Celio, ¿qué debemos hacer nosotros sus defensores, sino rechazar a los que le persiguen? Yo lo haría incluso con más energía, si no me detuviese mi enemistad con su marido, quise decir con su hermano, siempre me equivoco. Pero trataré de moderarme para no ir más allá de lo que exijan mi deber y el interés de la defensa, pues jamás he tratado de ser enemigo de las mujeres y mucho menos de quien se dice ser más bien amiga de todos los hombres que enemiga de alguno.”

Veamos ahora qué explicación se da respecto al veneno. ¿Dónde fue comprado? ¿De qué forma fue preparado? ¿Cómo, a quién y en qué lugar fue entregado? Según dicen, Celio lo tenía en su casa; lo probó en un esclavo que compró para esta prueba y cuya rápida muerte demostró la eficacia del brebaje. ¡Dioses inmortales! ¿Por qué parece que estáis algunas veces en convivencia con los mayores crímenes de los humanos, o por qué cuando un crimen es tan rápido parece que diferís el castigo para un día lejano? Vi, sí; vi y en mi vida jamás un dolor más cruel destrozó mi corazón, vi a Quinto Cecilio Metelo arrancado de repente de los brazos y del seno de la patria; a aquel gran ciudadano que no vivía más que para ella y que tres días antes había aparecido con tanta gloria en el Senado, en los Rostros, en la tribuna, ante los ojos de Roma entera, en la flor de la edad, pletórico de salud y de vigor; le vi inmerecidamente arrebatado a todas las personas de bien, a todos los ciudadanos.

lunes, 4 de mayo de 2009

La zorra y las uvas


Fame coacta vulpes alta in vinea uvam appetebat summis saliens viribus; Quam tangere ut non potuit, discedens ait: Nondum matura est; nolo acerbam sumere" Qui facere quae non possunt verbis elevant, adscribere hoc debebunt exemplum sibi.

Acuciada por el hambre, una zorra intentaba alcanzar unas uvas que pendían de una elevada viña saltando con todas sus fuerzas. Al no conseguir alcanzarlas, dijo cuando se marchaba: "Están verdes y no quiero comerlas ácidas". Quienes quitan valor con sus comentarios a las cosas que ellos no pueden hacer, deben aplicarse este cuento a sí mismos.

martes, 21 de abril de 2009

"El atormentador de sí mismo": Cremes y Menedemo



CREMES. - Aunque nuestro mutuo conocimiento es muy reciente -arranca de la fecha en que compraste una propiedad en estas cercanías y casi no ha habido entre nosotros más relaciones- sin embargo tu honradez, y también la vecindad, que para mí es frontera de la amistad, me inducen a darte con franqueza un consejo de amigo: me parece que tu proceder no está de acuerdo con tu edad ni con lo que requiere tu posición. Pues, por los dioses y los hombres, ¿qué
pretendes? ¿Qué fin persigues? Tienes ya sesenta años, o algo más, a lo que entiendo; finca mejor o de mayor precio nadie la posee en estos contornos; gran número de esclavos, y ... como si no tuvieras ninguno: tanto te afanas tú mismo por desempeñar los menesteres que les son propios. Por temprano que salga de casa o por tarde que vuelva a ella siempre he de contemplarte en tu finca o cavando o arando o transportando algo; en fin, no paras un minuto, no tienes miramiento a tu propia persona. Que ello no constituye para ti una fiesta, por seguro lo tengo. "Pero", me dirás, "no estoy satisfecho con la labor que aquí se me hace". - Más adelantarías si aplicaras a poner en movimiento a los demás las energías que consumes en realizar tú mismo el trabajo.
MENEDEMO. - Cremes, ¿tan libre te dejan tus asuntos que hayas de preocuparte de los ajenos aunque no te afecten para nada?
CREMES. - Soy hombre y no considero como ajena la preocupación de ningún hombre. Hazte cuenta que te doy un consejo o que me informo: para imitarte, si tienes razón, o para corregirte en el caso contrario.
MENEDEMO. - Yo necesito proceder de esta manera; tú actúa como hayas de actuar.
CREMES. - ¿Puede hombre alguno necesitar atormentarse a sí mismo?
MENEDEMO. - Yo (lo necesito).
CREMES. - Si te aquejara algún infortunio, lo lamentaría; pero, ¿qué desgracia es la tuya, por favor? ¿Qué has hecho para merecer tan duro trato?
MENEDEMO. - ¡Ay!
CREMES. No llores, y, sea lo que sea, desahógate conmigo. No te cohíbas, habla sin temor, pon en mí tu confianza, te digo; te ayudaré o con mis palabras, o con mis consejos, o con mi dinero.
MENEDEMO. - ¿Lo quieres saber?
CREMES. Sí, por el motivo que te acabo de decir.
MENEDEMO. Lo vas a oír.
CREMES. Pues deja entretanto esa azada, no trabajes.
MENEDEMO. De ninguna manera.
CREMES. ¿Qué pretendes?
MENEDEMO. - Permite que no me conceda un momento de descanso en el trabajo.
CREMES. - No, te digo, no lo permitiré. (Le arranca la azada de las manos).
MENEDEMO. - ¡Ah! No tienes razón.
CREMES. - ¡Oh! Y ¿cómo tan pesada?
MENEDEMO. - Todo eso me merezco.
CREMES. - Ahora habla.
MENEDEMO. - Tengo un hijo único, muy joven ... Pero ¿cómo he dicho "tengo"? No, Cremes, lo tuve; pues ahora ignoro si lo tengo o no lo tengo.
CREMES. ¿Cómo es eso?
MENEDEMO. - Lo vas a oír.- Hay aquí una anciana, forastera, natural de Corinto, muy pobre: mi hijo se enamoró perdidamente de su hija, y ya casi la tenía por su mujer; todo ello sin que yo me enterara. Cuando supe el caso, en lugar de tratarlo con suavidad, como requiere el corazón enfermo de un joven, acudí a la violencia, al procedimiento habitual de los padres. Cada día un sermón: "Dime ¿crees que se te ha de permitir por mucho tiempo, en vida de tu padre, continuar así, haciendo de esta amante ya casi tu mujer? ¡Estás equivocado si tal piensas, y no, me conoces, Clinia. Yo consiento en que pases por mi hijo mientras tu conducta sea digna de, ti; pero si tu conducta no es esa, yo sé cuál ha de ser la digna conducta que he de observar contigo. Sólo hay una razón a todo esto es el fruto de una excesiva ociosidad.

Yo, a tu edad, no me ocupaba de amores: por falta de recursos abandoné este país para irme a Asia y allí, en el oficio de las armas, hallé a la vez la gloria y el dinero". El resultado final fue éste: el muchacho, a fuerza de oír las mismas palabras y con la misma aspereza se rindió; creyó que mis años y mi cariño (de padre) me daban más luz y una previsión que él a si mismo: Se ha ido a Asia a ser soldado del rey, ¡Cremes!.

Prólogo de "El atormentador de sí mismo"


Para que no resulte extraño a ninguno de vosotros el ver al poeta confiar a un anciano el papel propio de gente joven, empezaré por daros una explicación; después os diré a lo que vengo.

Sacada de una comedia griega todavía por traducir, os voy a representar una comedia nueva: el Heautontimorúmenos; la intriga es doble sin que el argumento carezca de unidad''.

Os he indicado que es nueva y cuál es su título. Ahora ¿quién es su autor y quién el del original griego? Os lo diría, si -no estimara que lo sabéis casi todos1.

Os aclararé pues en breves palabras por qué me he encargado de este papel. El autor quiso asignarme el papel de un defensor, no el del Prólogo: os toma a vosotros por jueces, y a mí por su abogado. Pero la elocuencia de este abogado no será eficaz sino en la medida que resulte exacto el pensamiento de quien escribió el discurso que voy a pronunciar.

Con referencia a los rumores que han hecho circular gentes malintencionadas, achacando (al autor) el compilar muchas comedias griegas para componer pocas latinas, él no desmiente que ello sea así, y, además, declara que no está de ello arrepentido y que hará lo propio en adelante. Tiene el ejemplo de buenos escritores y entiende que este ejemplo le autoriza a proceder como ellos procedieron.

Y en cuanto a lo que va pregonando el viejo poeta malintencionado, que nuestro autor, se lanzó repentinamente a cultivar el arte, más confiado en el talento de sus amigos que en la''propia inspiración', en todo esto harán ley vuestro veredicto y vuestra apreciación. Y, por ello, quiero pediros a todos un favor: que no tenga más eficacia la voz de la injusticia que la de la equidad: procurad ser justos; dad la posibilidad de triunfar a quienes os proporcionan la posibilidad de contemplar espectáculos inéditos, sin defectos.

No tome esto por un elogio quien últimamente nos representó al pueblo cediendo el paso ante un esclavo que corría por la calle: ¿por qué se habría de sujetar a un loco? Sobre los fallos de este personaje se insistirá más detenidamente al ofreceros nuevas comedias, si él por su parte no pone fin a sus insultos2.

Oídme con ánimo imparcial; permitidme, con vuestro silencio, representar una comedia sosegada; no siempre os he de representar a un esclavo corriendo, a un viejo enfurecido, a un parásito glotón, a un desvergonzado impostor, a un ávido mercader de esclavos, cuyos papeles exigen constantemente de mis años viejos los mayores gritos y, a la vez, enorme fatiga.

En atención a mi persona, persuadíos que es justo aliviarme algo en mi trabajo. Pues los que actualmente escriben comedias nuevas no tienen consideración alguna para mis años. ¿Se trata de una representación difícil? Se acude a mí; pero si es fácil se acude a otra compañía. En la de hoy no hay más que un puro diálogo: poned a prueba mi habilidad en ambos géneros.

[Si jamás estipulé un precio lucrativo a mi actuación artística, si siempre he tenido por mi principal ganancia contribuir con el mayor afán al servicio de vuestros intereses], dad un ejemplo en mi persona, para que los jóvenes poetas piensen mas en divertiros a vosotros que en labrar la propia fortuna.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Cintia fue la primera

¿Por qué no dejas de acusarme de pereza / y de que Roma, tentadora, me demora? / Ella está alejada tantas millas de mi lecho / cuantas Hípanis dista del Erídano véneto; / ni Cintia me alimenta con su abrazo los acostumbrados amores,
ni su voz suena dulce en nuestro oído. / Antes le era grato; en aquel tiempo a nadie le tocó / poder amar con tal fidelidad. / Fuimos motivo de envidia; ¿no me habrá abrumado algún dios?
¿O la hierba nos separa, recogida en cimas prometeicas? / Ya no soy el que era: un largo camino muda a los enamorados. / ¡Cuán grande amor huyó en poco tiempo! / Ahora, por vez primera, solitario, soy obligado a conocer las largas noches / y a que sea, yo mismo, a mis oídos, molesto.
Feliz quien pudo llorar junto a su amada presente: / mucho goza Amor en las lágrimas derramadas; / o si, despreciado, pudo cambiar sus amores, / también hay gozos en la cambiada esclavitud. / A mí no me es posible amar a otra o desitir de ésta; / Cintia fue mi primer amor, Cintia será el último.

(Trad. H. F. Bauzá)

Amontone otro riquezas

Amontone otro para sí riquezas de brillante oro y posea muchas yugadas de suelo cultivado; que a ése su afán cotidiano le traiga el miedo cuando esté cerca el enemigo y que los sones de la trompeta de Marte le quiten el sueño. A mí lléveme mi pobreza por una vida ociosa mientras brille mi hogar con acostumbrado fuego.
Yo mismo, labrador, plantaré las tiernas vides en el momento adecuado y los crecidos frutos con diestra mano. Y no me abandone la esperanza, sino que me proporcione siempre montones de frutos y pingües mostos en el repleto lagar. Pues siento veneración si un tronco solitario en el campo o una vieja piedra en la encrucijada tienen floridas guirnaldas, y cualquier fruto que me ofrece el nuevo año es colocado como ofrenda a los pies del dios agrícola.

Rubia Ceres, toma para ti una corona de espigas arrancada de mi terruño para que cuelgue ante las puertas de tu templo y que Príapo, el rojo guardián, se alce en los huertos cargados de frutas para espantar a las aves con su cruel hoz.
(Trad. Juan Luis Arcaz)

Siempre para engañarme

Siempre, para engañarme, me muestras sonriente tu semblante, después, para mi desgracia, eres duro y desdeñoso, Amor. ¿Qué tienes conmigo, cruel? ¿Es que es tan alto motivo de gloria que un dios tienda trampas a un hombre? Pues a mí se me están tendiendo lazos; ya la astuta Delia, furtivamente, a no sé quién en el silencio de la noche abraza. Por cierto que ella lo niega entre juramentos, pero es muy difícil creerla. Así también sus relaciones conmigo las niega siempre ante su marido. Fui yo mismo, para mi desgracia, el que le enseñé de qué forma se puede burlar la vigilancia: ay, ay, ahora estoy pillado por mis propias mañas. Entonces aprendió a inventar pretextos para acostarse sola; entonces a poder abrir la puerta sin rechinar los goznes. Entonces le di jugos de hierbas con los que borrase los cardenales que produce, al morder, la pasión compartida.
(Trad. Arturo Soler Ruiz)

Desgraciado Catulo


Desgraciado Catulo, deja de hacer tonterías,
y lo que ves perdido, dalo por perdido.
Brillaron una vez para tí soles luminosos,
cuando ibas a donde te llevaba tu amada,
querida por ti como no lo será ninguna.
Entonces se sucedían escenas divertidas,
que tú buscabas y tu amada no rehusaba.
Brillaron de verdad para ti soles luminosos.
Ahora ella ya no quiere; tú, no seas débil, tampoco,
ni sigas sus pasos ni vivas desgraciado,
sino endurece tu corazón y mantente firme.
¡Adiós, amor! Ya Catulo se mantiene firme:
ya no te cortejará ni te buscará contra tu voluntad.
Pero tú lo sentirás, cuando nadie te corteje.
¡Malvada, ay de ti! ¡Qué vida te espera!
¿Quién se te acercará ahora? ¿Quién te verá hermosa?
¿De quién te enamorarás? ¿De quién se dirá que eres?
¿A quién besarás? ¿Los labios de quién morderás?
Pero tú, Catulo, resuelto, mantente firme.

(Trad. de A. Ramírez de Verger)

Vivamos, Lesbia...

Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos,
cuando se entere del total de nuestros besos.

(Trad. de A. Ramírez de Verger)
Distintas versiones del mismo poema

Llorad vosotros, Venus y Cupidos...


¡Llorad vosotros, Venus y Cupidos,
y todos los hombres sensibles!
Ha muerto el pajarito de mi amada,
el pajarito, delicia de mi amada,
a quien quería más que a sus propios ojos:
era dulce como la miel, conocía a su
dueña como una hija a su madre
y no se separaba de su regazo,
sino que, saltando de aquí para allá,
solamente a su dueña piaba.
Ahora va por un camino tenebroso
hacia un lugar de donde nadie regresa.
¡Enhoramala vosotras, malditas tinieblas
del Orco, que devoráis todas las cosas bellas:
me habéis robado a mi bello pajarito!
¡Qué desgracia, que ahora por tu culpa,
pobre pajarito, los ojos de mi amada
están rojos e hinchados de llorar.
(Trad. de A. Ramírez de Verger)

Versión del poeta Antonio Rivero

martes, 17 de febrero de 2009

Aníbal a las puertas de Roma

En Roma al primer anuncio de aquella derrota se produjo en el foro una aglomeración de gente en medio de un gran miedo y alboroto. Las matronas vagaban por las calles preguntando a quienes encontraban sobre el anuncio de la derrota y sobre la suerte del ejército. Y como la muchedumbre se volviera hacia el comicio y la curia a modo de una asamblea numerosa para convocar a los magistrados, por fin no mucho antes de la puesta del sol el pretor M. Pomponio dijo: "Hemos sido derrotados en una gran batalla". Y pese a que de él no se escucho ninguna otra noticia, sin embargo volvían a sus casas llenos de rumores que se transmitían de unos a otros, como que el cónsul había caído con gran parte de sus tropas, que sobrevivían unos pocos, que o andaban esparcidos en su huida por todas partes de Etruria o habían sido hechos prisioneros por el enemigo. Las desgracias del ejército vencido habían llenado de angustia, según el alcance de aquellas a quienes tenían parientes sirviendo a las órdenes del cónsul Gayo Flaminio, pues ignoraban la suerte corrida por cada uno de los suyos; nadie tenía suficnientemente claro si tener miedo o abrigar esperanzas. Al día siguiente y algunos después se apostó junto a las puertas una muchedumbre casi de más mujeres que de hombres aguardando a alguno de los suyos o noticias de ellos; rodeaban a quienes encontraban agobiándolos con preguntas, sin que pudieran apartarlas especialmente los conocidos hasta no haberse enteradop de todo el detalle. Poco después se podía observar las expresiones diferentes de los rostros de quienes se marcharon, según se les anunciara a cada cual noticias alegres o tristes, así como a los que rodeaban a quienes regresaban a casa para felicitarles o consolarles. Las mujeres eran quienes de forma especial expresaban alegría o luto. Una, cuentan, que se encontró de repente a su hijo en la misma puerta y expiró en sus brazos; otra a quien se le había anunciado falsamente la muerte de su hijo, cuando estaba sentada en casa embargada por la triteza, cayó exánime de la alegría al ver el regreso de su hijo.

Enlaces de interés:
Hannibal goes to Rome, comic online
Aníbal en la Wikipedia

Roma en llamas



Después se produjo un desastre, no se sabe si fortuito o achacable al príncipe (en efecto, los autores transmiten las dos interpretaciones), aunque sí más grave y más espanto­so que todos los que han ocurrido en la Ciudad por la vio­lencia de las llamas. Su comienzo tuvo lugar en la parte del Circo que está contigua a los montes Palatino y Celio; allí, nada más empezar, cobró fuerza al momento y, propagán­dose por la acción del viento a través de unas tiendas en las que había mercancías combustibles, se extendió por todo lo largo del Circo; y es que nada le cortaba el paso, ni casas cer­cadas con vallas, ni templos rodeados de muros, ni ninguna otra clase de obstáculo. El incendio, que primero se exten­dió violentamente por los lugares llanos y luego subió a los altos para de nuevo devastar los más bajos, se anticipaba a todos los remedios por la velocidad con que avanzaba y por hallarse tan expuesta la ciudad por culpa de la estrechez de sus calles, que doblaban de acá para allá, y por la irregulari­dad de sus manzanas, tal como correspondía a la Roma antigua. A ello se añadían los lamentos de las mujeres despa­voridas, la impotencia de los ancianos y la inexperiencia de los niños; tanto los que miraban por sí mismos como los que lo hacían por los demás, como unos transportaban a los inválidos y otros se quedaban a esperarlos, los unos con su lentitud y los otros con su precipitación lo estorbaban todo. Y muchas veces, mientras miraban a sus espaldas, queda­ban cercados por los lados y por el frente; incluso, si conse­guían escapar a los barrios más próximos, como también éstos estaban ya dominados por el fuego, encontraban en la misma situación unos lugares que habían creído alejados del peligro. Por último, sin saber de dónde huir ni adónde dirigirse, fueron llenando las calles y esparciéndose por los descampados. Algunos perecieron, a pesar de tener ocasión de escapar, por haber perdido todos sus bienes y hasta lo necesario para comer un día, otros por amor a los suyos y por no haberles podido rescatar. Nadie se atrevía a comba­tir el fuego porque muchos les impedían apagarlo con fre­cuentes amenazas, y también porque había otros que iban lanzando teas abiertamente y gritando que tenía un instiga­dor, ya para dedicarse a los robos con mayor libertad, ya porque tuvieran esa orden.

Como en aquel tiempo Nerón se encontraba en Anzio, re­gresó a la Ciudad, pero no antes de que el fuego se acercara a la casa con la que había unido el Palacio y los jardines de Me­cenas. Sin embargo, no hubo posibilidad de atajarlo sin que el Palacio, la casa y todos sus alrededores quedaran abrasa­dos. Pero, como consuelo para aquel pueblo disperso y fugi­tivo, hizo abrir el Campo de Marte, los monumentos de Agripa y hasta sus propios jardines, y construyó unos edifi­cios provisionales que acogiesen a aquella multitud desarra­pada. Se trajeron provisiones de Ostia y de los municipios vecinos y se rebajó el precio del trigo hasta tres sestercios. Todas estas medidas, aunque populares, caían en el vacío porque se había corrido el rumor de que en el mismo momento en que la Ciudad estaba en llamas él había subido a un escenario en su propia casa y había cantado la caída de Troya, comparando los males presentes con las catástrofes del pasado.

Preguntas de comprensión:

1. ¿Quién incendió Roma?

Enlaces de interés:
El incendio de Roma en la Wikipedia