miércoles, 11 de marzo de 2009

Amontone otro riquezas

Amontone otro para sí riquezas de brillante oro y posea muchas yugadas de suelo cultivado; que a ése su afán cotidiano le traiga el miedo cuando esté cerca el enemigo y que los sones de la trompeta de Marte le quiten el sueño. A mí lléveme mi pobreza por una vida ociosa mientras brille mi hogar con acostumbrado fuego.
Yo mismo, labrador, plantaré las tiernas vides en el momento adecuado y los crecidos frutos con diestra mano. Y no me abandone la esperanza, sino que me proporcione siempre montones de frutos y pingües mostos en el repleto lagar. Pues siento veneración si un tronco solitario en el campo o una vieja piedra en la encrucijada tienen floridas guirnaldas, y cualquier fruto que me ofrece el nuevo año es colocado como ofrenda a los pies del dios agrícola.

Rubia Ceres, toma para ti una corona de espigas arrancada de mi terruño para que cuelgue ante las puertas de tu templo y que Príapo, el rojo guardián, se alce en los huertos cargados de frutas para espantar a las aves con su cruel hoz.
(Trad. Juan Luis Arcaz)

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